sábado, 23 de junio de 2012

Corrección de estilo

La corrección de estilo es un oficio antiguo, que apareció de la mano de  la imprenta en el siglo XV. Es, a su vez,  un trabajo humano, porque aunque hoy los ordenadores nos corrigen  la ortografía al instante, ningún software hoy en día es es capaz de controlar el estilo y el significado de un texto, así como el mensaje que desea transmitir.  Corrector de estilo y censor, lamentablemente han sido lo mismo durante largas y oscuras etapas de nuestra historia nacional.


No es una ciencia, sino un arte empíricamente fundamentado: dentro de las reglas que nos ofrecen las normas del lenguaje, hay muchas soluciones gramaticales, todas ellas  válidas,  cuyas bifurcaciones estarán determinadas por las circunstancias, las posibilidades y hasta la creatividad de los técnicos  involucrados en el  proceso. La corrección de estilo es un trabajo muy técnico que necesita paciencia, precisión y una sólida argumentación sobre  la toma de decisiones. El que se se atreve a ser un corrector debe aprender su oficio, delimitar su campo de acción y explicar  claramente sus reglas de trabajo para generar cierta compenetración de ideas  con las personas a quienes les ofrece sus servicios de corrección.

La corrección de estilo básicamente representa el proceso de revisión, limpieza y "pulido" del texto para que su lectura sea fluida (clara), exacto (transmisión correcta al lector de las ideas), coherente (desarrollo del texto) y uniforme (política editorial/autor  aplicada en toda la obra).

Para realizar esta función, el corrector deberá purgar los errores gramaticales, ortográficos y ortotipográficos, así como lograr unidad y consistencia en los aspectos relacionados con un adecuado y correcto uso de la lengua, como sintaxis, ortografía, semántica, reiteraciones léxicas o eidéticas, redundancias innecesarias, ambigüedades, contradicciones, uso de mayúsculas, signos, puntuación y acentuación, topónimos erróneos y erratas diversas. Se aplicarán también las normas de la editorial o el cliente, procedentes de  un manual previamente convenido, un documento de lineamientos o de las instrucciones específicas por parte del editor a cargo.

Lamentablemente, todo esto ha pasado a la historia en las artes gráficas. Por lo menos en las imprentas no especializadas en la edición. Cuando estudié Impresión, todavía quedaban maestros correctores en el Instituto, muy versados en el oficio. Procedían de la universidad, letras, aunque eran años de trabajo en la imprenta el que les había ofrecido la experiencia.  Nos enseñaron los rudimentos, porque tampoco llegaba a más en un trimestre: corrección sobre galeradas con tres bolígrafos de colores, anotando, tachando, añadiendo según qué elemento en diferente color y corrigiendo  páginas completas en pocos segundos.  Sobre todo recuerdo que dos faltas de ortografía, incluida acentuación, era causa de suspenso y fue una de las asignaturas más duras para algunos de nosotros. Cuando comencé a trabajar en mi empresa, todavía recuerdo que tuve una conversación con el guillotinero. José Antonio Garay, hoy ya jubilado.  Recordaba con cariño, y aún afirmaba serlo con orgullo, cajista de imprenta y corrector. Me explicó como el negocio hace años tuvo una época en la cual hacían bastantes libros y corregía los textos, siempre pegado al María Moliner de tapas ajadas por el uso que todavía conservaba. En aquella época se pedía a la linotipia textos extensos y en la plano-cilindro se sacaban las pruebas. Eran los buenos tiempos de la imprenta.  Lo cierto es que el devenir en el tiempo de las artes gráficas, siempre en descenso, considero, acabó poco a poco con todos estos expertos en corregir y/o encauzar el trabajo "en bruto" de los clientes. ¿Pero cual ha sido la causa? Abaratar costes, reducción de plazos de entrega y una competencia feroz y mal entendida ha provocado que el negocio vea inasumible sumar los precios de estos profesionales al producto final. Hoy en día controlamos la ortografía, con un corrector automático, y poco más. Craso error.

Porque en pleno auge de la autoedición, de la democratización del diseño casero, del precio del impreso como único factor de selección de imprenta, lo que sale de muchos negocios gráficos es auténtica basura. Diseños horrendos, colores mal escogidos y conjuntados, textos ásperos que poco o nada inspiran, a no ser un bajo nivel cultural del autor; un nivel paupérrimo, en resumidas cuentas.

Y de esta manera tan simple, seguimos destruyendo el oficio que tantos profesionales, durante imnumerables años, han mimado desde sus puestos de trabajo, antes que nosotros. Y solo nos queda asistir a la liquidación de una forma de trabajo basada en la excelencia y el buen hacer. Y que, supongo, solo vendrá a hacer más pesada nuestra la lápida en el futuro...

...porque algún día, muchos considerarán prescindible unas empresas que solo se dedican a manchar papel a precios económicos, sin ofrecer ningún servicio añadido digno de referencia. Porque para eso ya tenemos la impresora láser y el corrector de Word, ¿no?

Un saludo.

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